¿Cómo pagar todo aquello? Los pocos duros que se libraron de la razzia del príncipe ya se le habían ido tiempo atrás en papel sellado y en ajenjos judiciales. El desgraciado cazador de leones se vio, pues, reducido a vender la caja de armas al por menor, carabina por carabina. Vendió los puñales, los kris malayos, las llaves inglesas... Un tendero de comestibles le compró las conservas alimenticias. Un farmacéutico, lo que quedaba del esparadrapo. Hasta las botas de montar pasaron, detrás de la tienda de campaña perfeccionada, al puesto de un baratillero, que las elevó a la categoría de curiosidades cochinchinas... Pagado todo, no le quedó a Tartarín más que la piel del león y el camello.