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a controlar el sector del comercio exterior, hasta entonces en manos de extranjeros. Por sectores industriales, el textil es el que aporta mayor valor añadido y un peso creciente en las exportaciones. Aunque buena parte todavía se rige por métodos tradicionales, se produce la progresiva concentración de la hilatura en fábricas, con el uso de maquinaria, sustituyendo progresivamente al trabajo en el medio rural, que producía bienes de menos calidad. La demanda internacional de seda fue en aumento, lo que alimentó el crecimiento de la producción progresivamente hacia fábricas más grandes. Un proceso similar se dio en el algodón, producto orientado a la sustitución de importaciones, con un rápido aumento entre 1886 y 1890, y que posteriormente fue ocupando un papel creciente en la exportación. El posterior acceso privilegiado a los mercados chino y coreano, junto con las rebajas en los aranceles a la materia prima, supuso un poderoso impulso que hizo pasar de las 382.000 hilanderías en 1893 a 2,4 millones en 1913 y 6,6 millones en 1929, y una progresiva concentración empresarial. La producción de hilaza se multiplicó por seis entre fines del siglo XIX y 1925-29, y su destino se orientaba cada vez más a las fábricas de tejido modernas, orientadas tanto al mercado interior como al exterior. El sector siderometalúrgico creció aun más rápido, gracias en parte al tirón del gasto en armamento –guerras contra China en 1894-95 y Rusia 1904-05– para reforzar el poderío militar. El aumento del presupuesto en armamento e industrias relacionadas supuso un tirón que afectó a toda la economía, incluida la extracción de carbón con métodos modernos. El crecimiento industrial de Japón se basaba en un modelo intensivo en trabajo, ya que éste era abundante y barato. También mostraba un marcado dualismo, donde al tiempo que se mantenía un extenso sector de pequeñas empresas, relacionadas principalmente con bienes de consumo (elaboración de alimentos, textil, cerámica, etc.) se incrementaba el papel de los grandes conglomerados industriales, zaibatsu, que controlaban varios sectores económicos, como el caso de Mitsui, o Mitsubishi, con grandes intereses en el comercio exterior, sector naviero además de empresas industriales textiles, siderúrgicas, etc. Estos conglomerados disponían a su vez de bancos para ordenar sus inversiones y controlar otras empresas. La apertura japonesa al exterior fue inmediata desde comienzos de la década de 1870 y con resultados notables. En un principio las exportaciones consistían en productos primarios y semiacabados, entre los que destacaba el hilo de seda, a cambio de manufacturas y bienes de equipo. Posteriormente Japón comenzó a exportar bienes semiacabados y manufacturas –tejidos bastos de algodón, telas de seda- aunque mantuvo parte de las importaciones de bienes de equipo a la vez que se convirtió en importadora de alimentos y materias primas industriales, principalmente algodón en rama, carbón y hierro. El crecimiento del comercio exterior obligó a buscar mercados y zonas de provisión, lo que derivó en una política imperialista en Asia que culminó con las guerras chino-japonesa de 1894-95 y ruso-japonesa de 1904-5, saldadas ambas con victoria nipona. La primera le concedió la soberanía sobre Taiwán, y la segunda el protectorado sobre Corea, así como una zona de influencia en el norte de China. La industrialización y el triunfo del librecambio. La supremacía británica. Durante el siglo XIX crece el peso de Europa en el mundo, de la mano de los procesos de industrialización que se llevan a cabo en el continente. A mediados del siglo XIX Europa contaba con una quinta parte de la población mundial, pero la correspondían un 70% de todos los intercambios. Dentro de este panorama Gran Bretaña era el líder indiscutible, ya que con el 2% de la población mundial su comercio representaba casi el 20% del total. La aceleración de los intercambios fue impulsada por el rápido crecimiento de la demanda de materias primas, alimentos y manufacturas, que originó una creciente interconexión entre las economías de los distintos territorios. Desde la publicación de la Riqueza de las Naciones por Adam Smith, había ido ganando la idea de que la prosperidad económica se apoyaba en la especialización y la eliminación de trabas en los mercados. Adam Smith había criticado las políticas mercantilistas, que Gran Bretaña todavía mantenía en buena medida a través de las leyes de Cereales o las vinculadas a las leyes de Navegación. Otro economista, David Ricardo (1772-1823), profundizó en las tesis librecambistas, criticando la vigencia las leyes de Cereales, que mantenían elevados los precios de los alimentos reduciendo el poder de compra de los trabajadores y los beneficios de los empresarios, y propugnando la libertad comercial apoyada en la especialización. En su obra Principios de Economía Política y Tributación (1817), David Ricardo esbozó la teoría de las ventajas comparativas, donde planteaba que cada país se debía especializar en aquellos bienes sobre los que contaba con una mayor eficiencia en sus factores de producción. Puso como ejemplo a Inglaterra, productor de textiles y Portugal, productor de vino. Portugal se debía especializar en producir vino e Inglaterra en los textiles, obteniendo beneficios ambos países. En la década de 1840, los industriales ingleses veían que los costes de producción estaban siendo presionados al alza por las necesidades de los trabajadores, que tenían que pagar unos alimentos muy caros. La nobleza terrateniente había conseguido mantener unos derechos de importación que cerraban el mercado inglés a las importaciones de cereales, lo que se traducía en precios interiores muy elevados. Esta situación fue resuelta en 1846, en el contexto de una fase de crisis agraria, cuando el Parlamento derogó la ley de Cereales y con ello das, zonas de influencia y privilegios de extraterritorialidad a los comerciantes europeos. De igual forma, Japón tuvo que abrir su mercado al exterior desde 1854, situación que se tradujo en un acuerdo, establecido en 1858, por el que se imponía un arancel para las importaciones no superior al 5% durante 40 años. La India, al estar controlada como colonia por Gran Bretaña, tuvo que ajustarse también a una política marcada de aranceles bajos, que favoreció las importaciones. Desde mediados del siglo XIX la India consumió habitualmente entre un cuarto y un tercio de las exportaciones británicas. Como principal nación manufacturera, Gran Bretaña se especializó en la venta de textiles de algodón y productos siderúrgicos. Sin embargo, la balanza comercial era deficitaria por el abrumador peso de las importaciones de alimentos y materias primas. Tras la derogación de las leyes de Cereales, las importaciones de trigo se dispararon, y en 1858 suponían casi un 15% de las importaciones totales, segundo capítulo tras el algodón en rama. Los principales socios comerciales británicos eran Estados Unidos, proveedor de algodón en bruto, y la India, que había cambiado notablemente su perfil en el comercio internacional, pasando de exportar manufacturas a vender materias primas, como opio o algodón en rama, e importar manufacturas de algodón, principalmente británicas.

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Ed Studenta Inteligencia Artificial

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